Los corredores y los ciclistas no nos llevamos bien. Es una realidad
palpable que pertenecemos a tribus diferentes. En la forma de vestir, en el
atuendo y complementos nos distinguimos como lo hacían los indios de las
praderas por las pinturas en la cara (y más fácilmente nos distinguimos por el
hecho de que uno lleva una bicicleta y el otro no, claro está). En general,
mantenemos las distancias. Y cuando el destino quiere que nos encontremos en
algún camino, procuramos cruzarnos a prudente distancia. Un breve movimiento de
cabeza es el máximo saludo que nos dirigimos. No hay nada que compartir, a los
ciclistas no nos interesan sus historias de cómo se preparan para una Maratón y
a los corredores les importa un bledo qué tipo de desarrollos, platos y piñones
lleva tu cabalgadura.
En Rivas Vaciamadrid es un chollo ser ciclista. Tenemos abundantes carriles
bici, tenemos caminos de tierra muy transitables en el entorno de la población
y tenemos una Ordenanza
Municipal de Movilidad particularmente amable con nosotros. Podemos y
debemos ir por los carriles bici, donde tenemos prioridad. Podemos ir también
por la calzada, comportándonos como un vehículo. Los menores de 12 años y sus
acompañantes pueden ir por las aceras (dando prioridad a los peatones) e,
incluso, cualquier ciclista que considere que circular por la calzada le supone
algún peligro, puede optar por la acera o por transitar por zonas peatonales,
reduciendo, eso sí, su velocidad a la de paso de peatón.
Pero en días como los que vivimos, en los que a las ocho de la tarde los
aplausos funcionan como un pistoletazo de salida para que cientos de
corredores, paseantes y ciclistas se lancen a la calle al mismo tiempo, las
normativas municipales de poco sirven, y la convivencia entre las diferentes
tribus se hace compleja.
Todos tenemos que ser medianamente flexibles. Veo perfectamente
comprensible que haya una pequeña invasión de otras tribus sobre nuestro
territorio -el carril bici-, puesto que caminar por las zonas peatonales o
correr por las aceras se asemeja a una carrera de obstáculos. No es que la
gente se comporte mal, simplemente es que hay demasiada gente al mismo tiempo
en el mismo sitio (nota mental: el Gobierno debería considerar si esto de las
franjas horarias realmente tiene sentido para asegurar distanciamiento social;
nos hace salir a todos a la vez). Así que, en las salidas que estoy haciendo
estos días, me armo de paciencia, bajo la velocidad y le voy dando de vez en
cuando al timbre de la bicicleta para avisar a los paseantes y corredores
invasores.
La mayor parte de la gente se aparta con presteza y no sucede nada, pero
hay situaciones que claman al cielo. Entre los casos más llamativos de tribus
invasoras está el de los paseantes de perros. Los canes, atraídos sin duda por
los estímulos olfativos de la vegetación que suele haber a un lado del carril
bici, se pasean encantados rebozando sus hocicos por un lateral. El dueño pasea
por el lateral opuesto. Yo me voy acercando y aviso con el timbre y… en ese
momento el perro va para un lado, el dueño se aparta para el otro y la correa
queda atravesada de lado a lado en el carril bici como una primitiva e ingenua
trampa de esas que aparecían en las películas antiguas de
Robin Hood, con Errol Flynn de protagonista.
Hay también paseantes tan enfrascados en sus teléfonos móviles, que son incapaces
de apreciar que se les echa encima un vehículo. A pesar de estar dándole al
timbre una y otra vez, no se enteran, no se apartan, no mueven una ceja y les
acabas rebasando por donde puedes sin que ellos se enteren siquiera de que
están en el carril bici.
Pero de entre todas las tribus invasoras, la más destacada sin duda es la
del “corredor absorto con su música”. ¡Cálzate unas zapatillas! ¡Ponte unos
cascos con la música a tope! ¡Y no te enteres de nada de lo que pasa a tu
alrededor! Entiendo que es una estrategia brillante para conseguir esos
preciados minutos de aislamiento que todos necesitamos.
Me ha sucedido estar esforzándome en una subida, ver a unas decenas de
metros por delante a un corredor, ponerme a tocar el timbre como un poseso sin
efecto alguno. Y solo cuando estás a punto de arrollarlo y tienes que frenar, el
susodicho da un respingo y salta, generalmente para el lado equivocado. Volver
a arrancar la bicicleta cuesta arriba y recuperar el ritmo no es precisamente
sencillo.
Así que ya sabéis, mis queridos enemigos íntimos. Corred por donde os dé la
gana, pero cuando estéis circulando por donde no debéis, por favor, ¡quitaos los
cascos!
Hoy no tengo más novedad en el frente que el hecho de que estoy haciendo
deporte, y que me he encontrado más fuerte de lo que esperaba.
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