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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 53: Enemigos íntimos


Los corredores y los ciclistas no nos llevamos bien. Es una realidad palpable que pertenecemos a tribus diferentes. En la forma de vestir, en el atuendo y complementos nos distinguimos como lo hacían los indios de las praderas por las pinturas en la cara (y más fácilmente nos distinguimos por el hecho de que uno lleva una bicicleta y el otro no, claro está). En general, mantenemos las distancias. Y cuando el destino quiere que nos encontremos en algún camino, procuramos cruzarnos a prudente distancia. Un breve movimiento de cabeza es el máximo saludo que nos dirigimos. No hay nada que compartir, a los ciclistas no nos interesan sus historias de cómo se preparan para una Maratón y a los corredores les importa un bledo qué tipo de desarrollos, platos y piñones lleva tu cabalgadura.


En Rivas Vaciamadrid es un chollo ser ciclista. Tenemos abundantes carriles bici, tenemos caminos de tierra muy transitables en el entorno de la población y tenemos una Ordenanza Municipal de Movilidad particularmente amable con nosotros. Podemos y debemos ir por los carriles bici, donde tenemos prioridad. Podemos ir también por la calzada, comportándonos como un vehículo. Los menores de 12 años y sus acompañantes pueden ir por las aceras (dando prioridad a los peatones) e, incluso, cualquier ciclista que considere que circular por la calzada le supone algún peligro, puede optar por la acera o por transitar por zonas peatonales, reduciendo, eso sí, su velocidad a la de paso de peatón.

Pero en días como los que vivimos, en los que a las ocho de la tarde los aplausos funcionan como un pistoletazo de salida para que cientos de corredores, paseantes y ciclistas se lancen a la calle al mismo tiempo, las normativas municipales de poco sirven, y la convivencia entre las diferentes tribus se hace compleja.

Todos tenemos que ser medianamente flexibles. Veo perfectamente comprensible que haya una pequeña invasión de otras tribus sobre nuestro territorio -el carril bici-, puesto que caminar por las zonas peatonales o correr por las aceras se asemeja a una carrera de obstáculos. No es que la gente se comporte mal, simplemente es que hay demasiada gente al mismo tiempo en el mismo sitio (nota mental: el Gobierno debería considerar si esto de las franjas horarias realmente tiene sentido para asegurar distanciamiento social; nos hace salir a todos a la vez). Así que, en las salidas que estoy haciendo estos días, me armo de paciencia, bajo la velocidad y le voy dando de vez en cuando al timbre de la bicicleta para avisar a los paseantes y corredores invasores.

La mayor parte de la gente se aparta con presteza y no sucede nada, pero hay situaciones que claman al cielo. Entre los casos más llamativos de tribus invasoras está el de los paseantes de perros. Los canes, atraídos sin duda por los estímulos olfativos de la vegetación que suele haber a un lado del carril bici, se pasean encantados rebozando sus hocicos por un lateral. El dueño pasea por el lateral opuesto. Yo me voy acercando y aviso con el timbre y… en ese momento el perro va para un lado, el dueño se aparta para el otro y la correa queda atravesada de lado a lado en el carril bici como una primitiva e ingenua trampa de esas que aparecían en las películas antiguas de Robin Hood, con Errol Flynn de protagonista.

Hay también paseantes tan enfrascados en sus teléfonos móviles, que son incapaces de apreciar que se les echa encima un vehículo. A pesar de estar dándole al timbre una y otra vez, no se enteran, no se apartan, no mueven una ceja y les acabas rebasando por donde puedes sin que ellos se enteren siquiera de que están en el carril bici.

Pero de entre todas las tribus invasoras, la más destacada sin duda es la del “corredor absorto con su música”. ¡Cálzate unas zapatillas! ¡Ponte unos cascos con la música a tope! ¡Y no te enteres de nada de lo que pasa a tu alrededor! Entiendo que es una estrategia brillante para conseguir esos preciados minutos de aislamiento que todos necesitamos.

Me ha sucedido estar esforzándome en una subida, ver a unas decenas de metros por delante a un corredor, ponerme a tocar el timbre como un poseso sin efecto alguno. Y solo cuando estás a punto de arrollarlo y tienes que frenar, el susodicho da un respingo y salta, generalmente para el lado equivocado. Volver a arrancar la bicicleta cuesta arriba y recuperar el ritmo no es precisamente sencillo.

Así que ya sabéis, mis queridos enemigos íntimos. Corred por donde os dé la gana, pero cuando estéis circulando por donde no debéis, por favor, ¡quitaos los cascos!

Hoy no tengo más novedad en el frente que el hecho de que estoy haciendo deporte, y que me he encontrado más fuerte de lo que esperaba.


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Comentarios

Unknown ha dicho que…
Jajajaja, totalmente de acuerdo, yo soy de tu tribu y lo sufro igual.