Hay ocasiones en las que hay que levantar la vista y observar con detenimiento lo que ocurre alrededor. Y soy consciente de que, desde mi atalaya, gozo de una posición privilegiada. No me cabe la menor duda de que mi confinamiento ha sido y es mucho más cómodo que el de la mayoría de la población. Teletrabajo, casa grande, jardín… unos auténticos lujos en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Desde mi puesto de observación he visto la ilusión y el caos, la alegría y las penas de la población. Y lo he visto como en la distancia, porque hasta ahora –y toco madera- la enfermedad no se ha cebado en mi entorno.
Pero reflexiono y descubro que esta buena fortuna no es un derecho natural.
Algunos estamos teniendo más suerte que otros y lo que espero, lo que considero
justo, es que a todos nos toque contribuir de alguna manera para sostener al
conjunto de la sociedad.
Por eso, me llaman mucho la atención comentarios que leo en Twitter y en
medios de comunicación urgiendo al Gobierno a no subir impuestos y a mantener
reducido el gasto público. ¡Pues ya nos dirán entonces cómo piensan pagar todo
el gasto extraordinario asociado a la pandemia! ¿con aportaciones voluntarias
tipo crowdfunding?
Desde mi atalaya también veo otra cosa importante. Creo que se va a producir
(y se tiene que producir) un cambio radical de expectativas vitales.
En términos generales, desde hace décadas estamos acostumbrados a la idea
de que cualquier generación tiene derecho a vivir mejor que la anterior. No
necesariamente mejor en términos de calidad de vida, pero al menos sí mejor en
perspectivas profesionales y capacidad de gasto.
Esto no ha sido así siempre. Más bien lo contrario. En la mayor parte de la
historia de la humanidad cualquier persona que nacía aspiraba únicamente a
vivir del mismo modo que sus padres y sus abuelos. Pero el crecimiento que
trajo en su día el primer mercantilismo y, más recientemente, el capitalismo
nos había acostumbrado a la idea de que el nivel de vida iba subiendo con cada
generación.
Con el inmenso paso atrás que supone la gran caída de la actividad
económica y del PIB, y con la certeza de que sectores económicos enteros van a
tener grandes problemas para levantar cabeza, es inevitable pensar que va a
haber un gran salto atrás en el nivel de vida. Y también que las generaciones
más jóvenes tienen unas perspectivas bastante más oscuras que las que tuvimos
otros.
Lo que creo es que todo eso hay que ponerlo en perspectiva y relativizarlo.
En los últimos 20 años nos habíamos acostumbrado a un ritmo tan frenético que
no nos daba tiempo ni para disfrutar de lo que hacíamos. Los viajes a lugares
exóticos ya no existían, porque no quedaban lugares exóticos de tanto turista
que los visitaba cada año, los centros comerciales se habían hecho inhabitables,
de tanta gente, tanto ruido y tanto gasto que se producía de forma continua.
Y ahora, que nos hemos acostumbrado a un ritmo de vida mucho más lento, a
veces levanto la mirada desde mi atalaya y me pregunto si no deberíamos empezar
a vivir más despacio, disfrutando de las cosas pequeñas. Hoy, la simple idea de
salir a caminar al aire libre es reconfortante.
Un saludo a todos en un día más sin novedad en el frente.
Artículos anteriores de la serie:
Diario del confinamiento, día 1: en
territorio hostil
Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una
Sumus’
Diario del confinamiento, día 3: Cuando el
suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies
Diario del confinamiento, día 4: La
máquina del tiempo
Diario del confinamiento, día 5: Conócete
a ti mismo
Diario del
confinamiento, día 6: ¡Día del Padre!
Diario del
confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco
Diario del
confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa
Diario del
confinamiento, día 9: Desubicados
Diario del
confinamiento, día 10: Madrid 2021
Diario del
confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis
Diario del
confinamiento, día 12: Colección Héroes
Diario del
confinamiento, día 13: Amor clandestino
Diario del
confinamiento, día 14: Seguid cantando
Diario del
confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón
Diario del
confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias
Diario del
confinamiento, día 17: Primera escaramuza
Diario del
confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos españoles
Diario del
confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?
Diario del
confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’
Diario del
confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa
Diario del
confinamiento, día 22: El espejismo
Diario del
confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe
Diario del
confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’
Diario del
confinamiento, día 25: Libre te quiero
Diario del
confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador
Diario del
confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar
Diario del
confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena
Diario del
confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’
Diario del
confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del
confinamiento, día 31: La otra forma de viajar
Diario del
confinamiento, día 32: Mezquindades
Diario del
confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza
Diario del
confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’
Diario del
confinamiento, día 35: la confusión del minotauro
Diario del
confinamiento, día 36: La soberbia humana
Diario del
confinamiento, día 37: Impacto generacional
Diario del
confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés
Diario del
confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura
Diario del
confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento
Diario del
confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides
Diario del
confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía
Diario del
confinamiento, día 43: Reality show
Diario del confinamiento,
día 44: El confinado de piedra
Diario del
confinamiento, día 45: La fotografía tramposa
Diario del
confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día
Diario del
confinamiento, día 47: El día de Sísifo
Diario del
confinamiento, día 48: Deportes de riesgo
Diario del
confinamiento, día 49: ¡Inmunes!
Diario del
confinamiento, día 50: Libertad por horas
Diario del
confinamiento, día 51: ¡Día de la Madre!
Diario del
confinamiento, día 52: Carrera de hamsters
Diario del
confinamiento, día 53: Enemigos íntimos
Diario del
confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior
Diario del
confinamiento, día 55: El rapto de Europa
Diario del
confinamiento, día 56: Será porque yo quiero
Diario del
confinamiento, día 57: La gente que me gusta
Diario del
confinamiento, día 58: Cuesta arriba se piensa mejor
Diario del
confinamiento, día 59: Músicas para una pandemia
Diario del
confinamiento, día 60: Lo que nos hace humanos
Diario del confinamiento, día 61: Tan
lejos y tan cerca
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