Miro a mi alrededor y observo desconcertado la gran cantidad de objetos que se pueden acumular a lo largo de una vida. Abro la puerta del armario y encuentro ropas que hace semanas que no utilizo, que no me pondré en otras semanas más –quizá meses- y que cuelgan inertes de sus perchas. Pienso en las enormes cantidades de dinero gastadas, o invertidas, según se mire, en cosas que hoy me parecen asombrosamente inútiles.
Pienso en la cuota del coche, que la financiera pasará al cobro puntualmente el día 15 de este mes, al igual que lo hizo el 15 del mes pasado (la fecha en la que comenzó el confinamiento). Y me doy cuenta de que solo he utilizado el coche dos veces, en ambos casos con plena justificación, en todo este tiempo. Sale caro un coche que no se usa, aunque me esté ahorrando la gasolina.
Veo los centenares de libros que tenemos en las estanterías. Muchos leídos. Otros muchos, no. Comprados en un momento de entusiasmo y esperando pacientemente un turno que no llegará. O quizá sí. Contemplo asombrado lo cientos de pongos, iyaques y paraquecos que adornan la casa y no dejo de maravillarme por lo absurdo que me resulta todo.
Cuando has tenido la oportunidad de hacer algún tramo del Camino de Santiago, o una ruta de senderismo de varios días, o un viaje de cicloturismo, te das cuenta de que se puede vivir con muy poca cosa, y que prácticamente nada de todos los bienes materiales que nos rodean tiene hoy la más mínima importancia.
Tampoco me parecen hoy relevantes las muy mundanas aspiraciones de construir una carrera profesional, de ascender o de tener éxito. Ni siquiera la de iniciar unos u otros estudios (aspiración legítima para los más jóvenes, claro está). Del trabajo en la empresa no echo de menos los momentos de triunfo y el reconocimiento, ni la eterna ambición de “sentirse realizado” (signifique eso lo que signifique), sino la compañía de gente a la que sinceramente aprecio.
Todo lo material me parece banal. Porque lo que de verdad importa es estar vivo, estar sano, estar con los tuyos y disfrutar de las pequeñas cosas.
Hoy me aporta más el aroma del café por la mañana y la sensación de andar descalzo por la casa que cualquier recompensa material. Más la contemplación de un cuadro o escuchar una canción que el más caro de los objetos que pueda poseer.
Os dejo con una canción que lo dice todo y que refleja perfectamente mi estado de ánimo. La enorme Nina Simone con Ain’t got no, I got life
Tres semanas ya de confinamiento (y en mi caso particular, casi cuatro) y, por fortuna, la única novedad en el frente es que Vicky está recuperada y mi hijo mejorando. Todo va a salir bien.
Artículos anteriores de la serie:
Comentarios
"No es más rico (feliz) el que más tiene, sino el que menos necesita..."
Ánimo, que ya queda menos
Bss morados 😘
No tengo casa,
no tengo zapatos
No tengo dinero,
no tengo clase
No tengo faldas,
no tengo suéteres
No tengo perfume,
no tengo amor
No tengo fe
No tengo cultura
No tengo país,
no tengo educación
No tengo amigos,
no tengo nada
No tengo agua,
no tengo aire
No tengo amor
Entonces, ¿qué tengo?
¿Por qué estoy vivo?
Sí, demonios
¿Qué tengo?
Y nadie puede llevárselo
Tengo mi pelo,
tengo mi cabeza
Tengo mi cerebro, tengo mis oídos
Tengo mis ojos,
tengo mi nariz
Tengo mi boca
Tengo mis brazos, tengo mis manos
Tengo mis dedos, tengo mis piernas
Tengo mis pies,
Tengo mi hígado
Tengo mi sangre
Tengo vida
Tengo vidas
Tengo dolores de cabeza
y dolores de muelas
Y malos tiempos, también como tú
Tengo mi sonrisa
Tengo mis pechos
Tengo mi corazón, tengo mi alma
Tengo mi amor
Tengo vida
Tengo mi libertad
Ay, sí, ¡Tengo vida!
Va un resumen de la letra de la canción