La mente oscura es esa parte del cerebro que te hace pensar cosas que tú no
querías pensar. Quizá un día pasaste por delante de un coche que estaba con la
puerta abierta y las llaves puestas. Y tu mente pensó, así de pronto, que
podías robar el coche y darte un paseo. No lo pensaste en serio, ni le diste
ninguna orden a tu cerebro para que pensase tal cosa. Simplemente se te pasó
por la cabeza.
Este es un pensamiento inocente, dado que no te llevaste el coche ¿verdad?,
hay pensamientos inconfesables, que cada uno se guarda para sí mismo. Y cuando
los recordamos nos hacen temer estar convirtiéndonos en un pequeño psicópata.
Pero en general no sucede. Quiero decir, que no nos convertimos en psicópatas,
porque generaciones de estricta educación nos han convertido en gente civilizada
capaz de contener nuestros impulsos.
Pero he aquí que la situación de confinamiento permanente activa el cerebro
de forma exponencial. Hay tantos impulsos que nuestras neuronas están
produciendo energía de modo desordenado las 24 horas del día, ocupando incluso
las horas de sueño. Y, claro, eso es una oportunidad que ninguna mente oscura
que se precie puede dejar pasar.
Así, en los últimos días, mi mente oscura –y si no es oscura, pues son
pensamientos bastante inocentes, al menos es una mente que actúa por su cuenta-
me está desafiando continuamente. Quiere que me escape.
En serio, no puedo evitar pensar en ello. Arropado por el manto protector
de la noche, salgo de casa subrepticiamente y me escapo. ¿Para hacer qué? Pues no
siempre es exactamente lo mismo, aunque el denominador común es que se trata de
hacer actividades al aire libre.
En los últimos días ya me he dado una vuelta en bicicleta y otra andando
por los cortados de Rivas, una ruta que en mi anterior vida he hecho con cierta
frecuencia.
También me he imaginado llegando de alguna manera a la Sierra de Guadarrama
(hace tiempo aprendí que no se llama Sierra de Madrid). ¿Cómo llego? No lo sé
muy bien, mi mente se ha ahorrado el trabajo de pensar en cómo esquivar a las
patrullas de la Guardia Civil, simplemente llego. Y allí me hago alguna de las
caminatas tradicionales, como Cuerda Larga, Siete Picos, La Mujer Muerta o la
ruta de Cuelgamuros. Son caminatas que pueden suceder bien de día, bien de
noche, pero siempre disfrutando de la maravillosa sensación de estar
completamente solo en la montaña. Sin miedo a la soledad, sino todo lo
contrario, absorbiendo por todos los poros de la piel y con los cinco sentidos la
plenitud de los amplios espacios, el aire puro y el suelo de granito y tierra.
En alguno de mis paseos nocturnos también corro. Y lo hago con una sorprendente
agilidad, dado mi sobrepeso y torpeza habituales. Y no deja de ser curiosa esta
idea, puesto que bicicleta y senderismo he hecho con cierta frecuencia, pero
correr no he corrido en mi vida.
Por cierto, acabo de recordar que hace unos años solía tener la sensación
de que volaba. No era un vuelo elevado, sino rasante, como un salto en
suspensión de un jugador de baloncesto que se quedaba colgado en el aire y
avanzaba, cada vez más rápido, manteniendo una distancia de aproximadamente un
metro con el suelo.
Supongo que estas pequeñas jugarretas de la mente no son más que un mecanismo
de defensa. Al cerebro le resulta bastante insoportable la idea de seguir
encerrado de modo indefinido, así que sale a pasear independientemente de lo
que haga el cuerpo en el que se aloja. En todo caso, no me he atrevido a escaparme
de verdad, ni de noche, ni de día. Y la ruta de senderismo más larga que he
hecho en el último mes y medio ha sido el recorrido de ida y vuelta al
Mercadona.
Pero ya voy teniendo ganas.
Un día más, no hay novedad en el frente.
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