Siempre me ha costado entender el concepto de generación. No tengo muy
claro cuándo empieza una y termina la otra. ¿A quién considero dentro de mi
generación? ¿a los que están entre los 45 y los 55 años de edad? ¿entre los 40
y los 60? ¿entre los 35 y los 65? ¿Cuántas generaciones están conviviendo a la
vez? ¿Son tres, cuatro, cinco…? Los límites no están claros, aunque todos
tenemos una idea aproximada de quiénes forman parte de la nuestra.
Los expertos en marketing, sin embargo, se han esforzado en los últimos
tiempos en categorizar
a la población en estamentos generacionales con características muy bien
definidas. Así, tenemos los baby boomers (entre los que me incluyo), los
millenials, la generación Z, la generación Y… Internet se ha llenado de
documentos, estudios y análisis pretenciosos atribuyendo a estas generaciones
características más o menos acertadas, pero siempre demasiado homogéneas como
para ser ciertas.
La más graciosa (por no decir patética) de esas características
uniformadoras era la que atribuía a los más jóvenes una aparente vocación de precariedad
profesional. Pareciera como si el hecho de ir saltando de empleo en empleo y no
acabar de aterrizar en ninguno fuese fruto de su interés por no tocar tierra y
probar un poco de todo, y no de la realidad constatable de que el mercado de
trabajo es un desastre y no les ofrece alternativa. Que yo me apuesto cualquier
cosa a que, si encuestamos a un amplio grupo de jóvenes profesionales y les
damos a elegir entre cambiar de empleo con contratos precarios cada año o tener
un empleo fijo, con vacaciones aseguradas y cotizaciones regulares a la
seguridad social, la segunda opción gana por goleada, por muy millenials, Zs, Xs
o Ys que sean.
En todo caso, sí que veo (o entreveo) que la actual crisis del coronavirus
está impactando de forma muy diferente a las distintas generaciones que componen
nuestra sociedad. Simplificando en exceso, voy a considerar cuatro grupos
principales (pero no cometeré el error de poner fechas o edades fijas a estos
grupos, solo indicaciones orientativas). Así, tenemos el grupo de los niños,
adolescentes y estudiantes en general, luego el grupo que llamaré de los “jóvenes
profesionales”, gente que ha estado o está en estos años abriéndose camino en
el entorno laboral; en tercer lugar, estamos los ya asentados, es decir,
profesionales maduros con una carrera construida. Y finalmente los mayores,
personas jubiladas y algunas de ellas con suficientes años como para haber
vivido la guerra civil y la posguerra.
Para todos es un trauma, pero con significados diferentes. A nadie se le escapa
que para la generación más senior la cosa ha venido muy dura. Son los más
vulnerables a la enfermedad, los que tienen más miedo, los que probablemente
pasarán más tiempo confinados y sin poder ver a sus seres queridos. Y, además,
muchos de ellos vivieron ya años muy duros en su infancia y adolescencia.
Algunos conocieron el hambre en los años 40, y casi todos conocieron la miseria.
En sus vidas profesionales se enfrentaron a crisis muy duras, como la del 73
(que a España llegó más tarde y se prolongó hasta los 80) o la que siguió a los
fastos del 92.
Muchos de nuestros mayores han sido sostén de sus familias, puesto que en
muchas de ellas la pensión de los abuelos ha sido el único ingreso fijo durante
años. Sin duda alguna, merecían vivir su vejez con más tranquilidad.
En el otro extremo tenemos a los niños y estudiantes. Estos se debaten entre
el trauma y la fiesta de no tener que ir al colegio. Para los más pequeños,
estar tantos días en casa es una tortura (y también para sus padres). Los estudiantes
de primaria y la ESO lo están pasando mejor. Son medianamente conscientes de
que van a pasar de curso hagan lo que hagan este trimestre, y se limitan a
cumplir con las clases online y los deberes en casa, al tiempo que
mantienen algo de vida social a través de los juegos online y las redes
sociales. Los de Bachillerato, sobre todo los de segundo, lo tienen más
complicado. La sombra de la EVAU y el acceso a la universidad, aún incierto,
les mantiene en vilo. Los universitarios calculo que se lo están tomando con
más filosofía.
Los que formamos la generación “madura” estamos preocupados, desde mucho
antes del coronavirus, por otro problema esencial: la posibilidad de perder el
empleo y desengancharnos de la carrera profesional a una edad en la que sea
difícil, o imposible, encontrar otro trabajo. Algo que le ha ocurrido ya a
muchas personas de nuestro entorno. El coronavirus no hace más que acentuar las
arrugas en la frente. No lo hemos tenido tampoco fácil. Muchos sabemos lo que
son las estrecheces económicas y algunos salimos al mercado laboral en medio de
otra crisis inmensa, la del 93. Pero hasta ahora nos habíamos librado de traumas
brutales. No conocimos más guerra en Europa que la de Yugoslavia, a la que
asistimos de espectadores, y los grandes hitos históricos de nuestras vidas han
sido en general positivos, como la transición a la democracia, la caída del
muro de Berlín o la entrada de España en la Unión Europea.
Yo creo que la historia económica reciente está siendo especialmente dura con la generación de los jóvenes profesionales. Muchos de ellos se han estado incorporando al mercado laboral
después de la crisis del 2008, una crisis espantosa que dejó sus expectativas
personales y profesionales echas unos zorros. Es una generación acosada por la
precariedad laboral y la incertidumbre; y muchos de ellos anhelaban alcanzar el
estatus de mileurista. Casi lo peor que le podías preguntar a un joven en los últimos
años era si tenía planes (cosas como independizarse o formar una familia).
Generalmente la respuesta era que todo eso estaba pendiente de conseguir algún empleo
mejor o más estable. Ahora, a
esa generación, le toca postergar todo otra vez.
Y no, su situación laboral no tiene nada que ver con una supuesta vocación
aventurera, sino con un mercado laboral que no ha estado a la altura de su
formación y de sus esfuerzos.
Para todas las generaciones está cambiando el horizonte, indudablemente a
peor. Esperemos que al menos el proceso de recuperación económica sea lo
suficientemente rápido e intenso como para que la crisis se diluya pronto en
nuestra memoria.
Finalizamos una semana más sin novedad en el frente.
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