¡Qué difícil es combatir a un enemigo invisible! A lo largo de la historia,
el ser humano siempre ha tenido la necesidad de identificar claramente al
oponente. Los ejércitos en combate usan uniformes para saber quién está con
quién; las naciones se han esforzado en distinguirse de otras para poder saber
quiénes eran los nuestros y quiénes los otros. Y el recurso de echarle la culpa
a los demás, a otros humanos, siempre ha sido útil para quitarse un problema de
en medio.
Con un virus, con una enfermedad, la cosa se nos complica. Es un enemigo
invisible. Solo los científicos son capaces de identificarlo en un laboratorio.
Los demás nos tenemos que creer lo que nos cuenten.
Pero a lo largo de la historia, lo cierto es que los humanos también han
tratado de echarle la culpa a alguien de aquellos males que no tenían
explicación. Así, lo que no podían entender con el conocimiento, lo acaban
explicando por algún tipo de maldición divina, que a su vez tenía su razón de
ser en los pecados de los hombres. ¡Ea! Ya teníamos un culpable. Era el ser
humano el que, a causa de la debilidad de la carne, originaba todos los males.
Bastaba entonces con castigar a los pecadores para intentar aplacar la ira
divina.
Que la solución no funcionase y la peste continuase asolando la región tampoco
les debía causar muchos problemas en aquellos años. Seguro que la ira de los
dioses no se había aplacado porque todavía quedaban pecadores. Se seguía
rezando y purgando pecados hasta que, años después, el problema desaparecía.
Otro recurso habitual ha sido echarle la culpa a un grupo claramente
identificable. Y aquí el pueblo judío ha sido, por desgracia, un chivo
expiatorio tradicional. ¿Había problemas en la ciudad? ¿Una hambruna? ¿Una enfermedad?
Se acusaba a los judíos de todo tipo de rituales satánicos y se organizaba
rápidamente un pogromo. Los
señores feudales y las autoridades de las ciudades respiraban tranquilas
sabiendo que las iras de la población no se iban a dirigir contra ellos
mientras hubiese un barrio judío al que poder atacar.
Hoy en día gran parte de las iras se vierten en Twitter y en Whatsapp. El
blanco preferido de la población son los políticos, claro está, a quienes no se
puede echar la culpa exactamente de haber distribuido el virus, pero sí de
gestionar mal la situación. Que
ya sabemos que, a posteriori, todos sabíamos exactamente lo que había que hacer.
En algunos casos, los políticos se tratan de quitar el tema de encima
echándole la culpa a otro. Tal ha sido el caso de Donald Trump, que ha
decidido que el mayor culpable de todo ha sido la OMS y le ha retirado la
financiación. Es curioso, porque de lo que acusan a la Organización Mundial
de la Salud es de haber ocultado la propagación del virus. Yo juraría que la
OMS lleva alertando del peligro desde enero por lo menos. Y, en general, se la
acusaba de alarmista.
Hay también una información muy curiosa que está circulando desde hace
bastantes días. No nos basta con echarnos las culpas unos a otros sobre la
gestión de la crisis. Es necesario encontrar algún tipo de culpable del origen
mismo del virus. Así, se está hablando, comentando y publicando la posibilidad
de que el virus sea realmente
un producto de laboratorio -de un laboratorio chino- que haya escapado al
control merced a unas deficientes medidas de seguridad. Una lectura
conspiranoica del tema apunta incluso a un maquiavélico plan para dominar el
mundo arruinando la economía occidental.
Unos reportajes de la televisión china (y otro de la televisión italiana)
de hace unos años en los que efectivamente se muestra laboratorios de
investigación en virología, e incluso a científicos tomando muestras en una cueva
llena de murciélagos, alimentan la teoría del laboratorio culpable. Es una
teoría que, salvo que se encuentre un recorrido exacto del virus actual desde
los animales hasta los humanos, no se puede refutar ni demostrar. Así que se quedará
circulando entre nosotros, como una posibilidad que nos permitiría identificar
a un posible responsable.
¡Ay, que presuntuosos y soberbios somos los humanos! No nos podemos
conformar con ser las víctimas de un zarpazo de la naturaleza o con sufrir un
golpe del destino. Somos tan egocéntricos que hasta de los males debemos tener
la culpa. En nuestra soberbia hemos creído tener el control de todo, y tanto
nos sorprende lo que se nos escapa que inmediatamente nos echamos sobre los
hombros toda la responsabilidad. Todo ocurre por nuestro designio y actuación,
sea lo que está bien, sea lo que está mal.
Sin embargo, a mí se me viene a la mente que hay muchas cosas que están,
efectivamente, muy por encima de los designios humanos. La Madre Tierra tiene voluntad
propia y no nos pertenece. Toma sus propias decisiones y, de vez en cuando, nos
recuerda quién está al mando.
Nos lo recordaba el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en uno de sus libros que
comenté
hace tiempo en este blog:
No deja de ser paradójico que tantos siglos de ciencia nos hayan llevado a saber algo que cualquier bosquimano del Kalahari, cualquier aborigen australiano, o cualquiera de nuestros antepasados que pintaron los bisontes de Altamira conocía de sobra: que la Tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la Tierra.
La especie elegida, Juan Luis Arsuaga
Despedimos un tranquilo sábado sabiendo que el estado de alerta se
prolongará hasta el 9 de mayo, pero sin novedad en el frente.
Bola Extra: A los más jóvenes de mis lectores lo que
voy a contar ahora no les sonará de nada. Pero a mí, el hecho de tener un
laboratorio chino en el centro de una posible conspiración para dominar el
mundo me ha traído a la mente que hubo un tiempo (más de la generación de mis
padres que de la mía) en que los chinos eran los villanos favoritos. De hecho, eran
los protagonistas de enrevesados planes y conspiraciones literarias y
cinematográficas, en las que todo estaba lleno de trucos y celadas para hacer
caer a los buenos. En aquellos tiempos surgió la frase “tienes más trampas que
una película de chinos”, ya en desuso. El villano estrella era el pérfido Dr. Fu-Manchú,
inmensamente rico y malévolo, que odiaba todo lo occidental.
Artículos anteriores de la serie:
Comentarios