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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 35: la confusión del minotauro


Los días son catorce, son treinta y cinco, son infinitos. Todos y cada uno han pasado tan rápido que apenas tienes tiempo en el día para tus distracciones. Y han pasado rápido, y al mismo tiempo despacio. Y cuando te quieres dar cuenta son las ocho de la tarde, y sales a aplaudir. Y aun no te ha dado tiempo a hacer ejercicio o a leer ese capítulo del libro que te has propuesto acabar, y que no has empezado. Pero tienes todo el tiempo del mundo, y no tienes ninguno. Y hace un siglo que empezó todo esto, pero solo fue el mes pasado.

Has perdido el hábito de salir y hoy, al ir a hacer la compra, has olvidado las llaves de casa. ¿Será hoy jueves? No, es viernes. Por eso has salido a hacer la compra. Por lo demás, el día es exactamente igual a cualquier otro.

Y vuelves a casa tan rápido como puedes, impresionado un día más por las caras embozadas, cuyos ojos, asomando por encima del barbijo, no tienen la expresividad de un rostro completo. Pero son ojos que te dicen que te largues, que tardes lo menos posible en hacer lo que hayas venido a hacer y vuelvas a tu casa.

Y te lavas las manos. ¿O te las habías lavado ya? Y te las vuelves a lavar. Y te sientes reconfortado en la seguridad del hogar. Tan reconfortado como Asterión, el minotauro, cuando por descuido había salido de su casa, de su laberinto, y acertaba a volver, no sin antes haber aterrorizado a todo el pueblo cretense. Casi tanto como ellos le aterrorizaban a él.

Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. …
… Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
La casa de Asterión, Jorge Luis Borges

Son catorce los días, son treinta y cinco, son infinitos. Y te acuerdas de que mañana se acaba la semana, que es viernes. ¡Ah, no!, es sábado. Mejor, que no hay que poner el despertador. Tendrás que inventarte una excursión por la escalera o por el pasillo, algo que convierta al sábado en un día un poco especial, un poco distinto, no vaya a ser que empieces a sentirte confundido de tanto que se parece un día al otro, de tanto que se parecen los catorce pasillos, las catorce puertas, que son infinitas.

Son catorce los días, son treinta y cinco, son infinitos. Y hoy, afortunadamente, tampoco hay novedad en el frente.

Artículos anteriores de la serie:
Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del confinamiento, día 31: La otra forma de viajar
Diario del confinamiento, día 32: Mezquindades
Diario del confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza
Diario del confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’

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