Recuerdo que, siendo yo muy niño, mi padre sacó un viejo atlas que había
por casa y nos explicó a mis hermanos y a mí, con el dedo deslizándose sobre
los mapas, el maravilloso viaje que un día íbamos a emprender. La idea era
comprar un vehículo todo terreno (en aquella época el genérico para este tipo
de vehículos era Land Rover, ¡íbamos a comprar un Land Rover!), y con él
viajaríamos hacia el sur y nos adentraríamos en Marruecos. De allí pasaríamos a
Argelia, luego Túnez, Libia, Egipto… íbamos a cruzar el canal de Suez y
recorrer Oriente Medio. Llegaríamos después a Turquía para cruzar posteriormente
a Grecia, adentrarnos en los Balcanes, recorrer Italia, luego Francia y de
vuelta a casa.
Alguna vez he comentado esto con mis hermanos y no lo recuerdan. Pero yo
sí. Quizá porque aquel viaje cautivó mi imaginación durante meses, quizá años. ¡Íbamos
a dar la vuelta al Mediterráneo en un viaje de aventura! atravesando parajes
exóticos y países cuyo desarrollo económico y social estaba a años luz de la
civilizada Europa. Yo imaginaba el norte de África llena de tribus de beduinos.
Que aquella idea fuese imposible desde la base (jamás habríamos tenido la
capacidad económica para comprar el Land Rover, así que ni os cuento para
aguantar varios meses viajando), era algo que no me atribulaba en lo más
mínimo. He realizado ese viaje en mi interior cientos de veces. Y aun hoy soy
incapaz de ver un mapa del Mediterráneo sin que inmediatamente me vengan a la
memoria las imágenes de las múltiples aventuras que nunca viví y de mi padre
haciéndome soñar sobre el mapa.
He disfrutado de este sueño como si realmente lo hubiese realizado. Quizá
más, porque una experiencia vivida te pueda brindar buenos recuerdos, pero una
experiencia soñada te mantiene viva la ilusión.
Hoy, por desgracia, ando más preocupado por cancelar viajes que por
hacerlos. Hay que tratar de recuperar los euros invertidos.
Pero a pesar de las semanas de confinamiento y de la posibilidad de que los
viajes planeados sean difíciles de realizar en los duros meses que tenemos por
delante, me resisto a dejar de soñar. No solo estoy bastante convencido de que tendrán lugar en el futuro (quizá en octubre a Budapest), sino que
hace tiempo que sé que me basta con un mapa para desatar mi imaginación.
Así, en los últimos años, he vivido aventuras increíbles como dar la vuelta
a Mallorca en bicicleta y recorrer la Sierra de la Tramuntana andando. He recorrido el
GR-247, dando la vuelta a pie al Parque Natural de las Sierras de Cazorla,
Segura y las Villas y atravesado la península desde Valencia hasta Lisboa. He descendido en bici todo el cauce del Ebro y realizado
la ruta de los Castillos del Loire. He hecho el descenso del Yukón en canoa, he
atravesado los Andes desde Argentina hacia Chile, he pateado Mongolia de sur a
norte hasta la frontera con Rusia. He realizado también la ruta del
transiberiano (esta no me ha gustado tanto, demasiadas horas en el tren). He
viajado desde Moscú a Santiago de Compostela y desde Noruega hasta Nápoles. He
viajado a pie, en bicicleta, en barco, en tren, en coche y en autocaravana.
Y, por supuesto, he hecho las grandes rutas como la Senda de los Apalaches y el Pacific Crest Trail. Todo ello sin moverme de
la silla y sin más ayuda que los mapas (a veces simples bocetos) y las
búsquedas por internet.
Así que ya sabes, cuando estés a punto de tener un ataque de claustrofobia,
no tienes más que buscar un mapa y hacer volar tus sueños.
Os deseo a todos un gran día y me despido por hoy sin novedad en el frente,
pero con la mente llena de ilusiones y de anhelos.
Artículos anteriores de la serie:
Diario del
confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’
Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
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