En diciembre de 1941, cientos de aviones japoneses procedentes de una escuadra
de portaviones que no había sido detectada se abalanzaron sobre la base estadounidense
de Pearl Harbor y destrozaron una buena parte de la fuerza naval americana.
Posteriormente, el análisis de toda la documentación que poseían los americanos
antes del ataque (telegramas y mensajes interceptados principalmente)
demostraba que había suficiente información como para haber esperado el ataque.
Tanto es así que rápidamente surgieron teorías conspiranoicas (basadas
sobre todo en el hecho de que los americanos habían sacado a sus propios
portaviones de Pearl Harbor poco antes) en el sentido de que realmente sí
sabían lo que iba a ocurrir y que esencialmente lo habían provocado para garantizar
que comenzaba la guerra. La conspiranoia no tiene razón de ser, porque uno no empieza
la mayor guerra naval de la historia provocando que te hundan tus barcos a
propósito, pero lo que sí es cierto es que había suficientes señales como para
tomarse la amenaza en serio.
A mí me da la sensación de que la crisis que tenemos entre manos, la
pandemia de Covid-19, era tan previsible como el ataque japonés. Pero es mucho más
sencillo leer las señales a posteriori.
Había muchas indicaciones que apuntaban a que esto iba a ocurrir. La
comunidad científica lleva hablando de este problema desde hace bastante
tiempo. Pero por algún extraño motivo, nadie parecía interesado en hacerles
caso (yo tampoco, no se crean que soy más listo que los demás). Muchos de
nosotros quizá hasta hayamos leído hace algunos meses entrevistas con estos
científicos, pero sus advertencias nos habrán parecido poco más que avisos
anecdóticos.
He revisado algunos de los artículos que hablan de este asunto. Entre todos
ellos, destaco uno en el que Marta García Aller explica cómo entrevistó, en julio de
2019, a Martin Rees, fundador del Centro
para el Estudio de los Riesgos Existenciales en Cambridge.
La periodista se pregunta Por qué los políticos no hicieron caso al
científico que alertó de la pandemia. Pero lo cierto es que ella misma no lo consideró lo bastante relevante
como para llevarlo al titular. Los viajes a Marte estaban mucho más de moda y
ese fue el tema central del artículo.
Más avisos. A lo largo de la historia ha habido pandemias recurrentes y
muchas de ellas han dislocado totalmente la sociedad y la economía. Así pasó,
por ejemplo, con la peste de Justiniano en el Siglo VI, con la Peste Negra en
el Siglo XIV, con la viruela en América (llevada por los conquistadores) a
partir del Siglo XVI, etcétera. Si la Gripe Española del Siglo XX no trastocó
tanto la economía es porque coincidió en el tiempo con la Primera Guerra
Mundial, que se las bastó y se sobró a si misma para poner patas arriba al
mundo de aquel entonces.
Pero es que, además, en décadas recientes ha habido brotes epidémicos que
podrían haber sido catastróficos (SARS, Gripe Aviar, Gripe A, Ébola…). Sin
embargo, estos avisos no han servido para anticiparnos y prepararnos para lo
que hoy tenemos encima. De hecho, han servido para todo lo contrario. Yo creo
que parte del problema es que la comunidad científica y los estados pudieron
controlar todos esos brotes. Se controlaron con mejor o peor fortuna según el
caso y la zona geográfica, pero en todos ellos se consiguió evitar una
pandemia. Y eso ha originado un estado de opinión de cierto optimismo y
confianza. Es el cuento de Pedro y el Lobo. La sensación colectiva es que
siempre íbamos a tener a los científicos para controlar el tema, que las bajas
de una epidemia nunca pasarían de unos pocos cientos o unos pocos miles y que,
además, ocurriría siempre en lugares más o menos exóticos (como el centro de
África o China). A nosotros aquello no nos iba a afectar nunca. Era siempre un
peligro lejano. No creíble.
Leer con anticipación las señales, interpretarlas correctamente y tomar las
decisiones en consecuencia es un arte difícil. Ahora, cuando ha quedado de
manifiesto que como sociedad no hemos sabido hacerlo, no nos queda otra que
nadar y remar contra la corriente.
Espero que, para la próxima crisis, sea cual sea su naturaleza, hayamos
aprendido algo de esta.
Cierro el domingo de Pascua sin novedad en el frente.
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