Me han estropeado la pequeña
planificación de contenidos que tengo anotada en un cuaderno. Hoy tocaba hablar
de otra cosa. Pero cuando a primera hora de la mañana estaba ya junto al
ordenador, presto a trabajar, va mi familia y se presenta con los regalos del
Día del Padre.
¡Son tan extraños estos días!
Enfrascado en una nueva
rutina, en la que me centro quizá demasiado, convirtiendo cada jornada en
un día de la marmota para que el
mundo vuelva a ser previsible, es fácil olvidar que cada día es único. Es
fácil perder de vista que lo que hace interesante la vida es, precisamente, aquello
que la hace imprevisible. Lo que es variable.
Y en los últimos años, el Día del
Padre, el de la Madre, las Navidades, San Valentin… se han estandarizado de tal
modo que uno ya casi está deseando que pasen para volver a la rutina.
Pero hoy no. Hoy ha sido un Día
del Padre distinto y muy especial. Hoy no he recibido la clásica camisa,
chaqueta, prenda deportiva de un centro comercial. Ni una corbata para colgar
en el armario.
Hoy he recibido regalos
personalizados. La imposibilidad de acudir a una tienda ha hecho despertar la
imaginación de la familia.
He recibido esta maravillosa
caja, decorada por Vicky.
He recibido cartas de mis dos
maravillosos hijos. No las podéis leer. No las comparto, son mías para siempre.
Y he recibido, con una carcajada,
el regalo broma de mi hijo pequeño.
Pero, sobre todo, he recibido un
día en el que estar juntos. Desde que comenzó el confinamiento, comemos y
cenamos en familia a diario. Eso es algo que habíamos perdido, que en la
vorágine de una ciudad como Madrid, en la que dedicamos demasiado tiempo a los
traslados y en la que nunca coinciden los horarios, ha desestructurado las
familias de forma irremediable. No hay mejor lugar para sentirse solo que una
gran ciudad.
Pero yo aún tengo los recuerdos
de la infancia, cuando comer y cenar en familia a diario era lo habitual. Un
hábito que se fue rompiendo cuando entramos en la adolescencia y los horarios
del instituto primero y de la universidad después, hicieron imposible esta
hermosa rutina familiar.
Y hoy, aunque hemos dedicado
muchas horas a nuestras obligaciones habituales, hemos compartido algunos
momentos preciosos.
Así que allá va mi homenaje de vuelta a la familia. Esto es lo que yo veo desde mi despacho cada vez que levanto la cabeza
del ordenador.
Sin novedad en el frente.
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