Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 3: Cuando el suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies
Aún recuerdo mis sensaciones,
hace 25 años, cuando cenando en el hotel Oberoi de Mumbai, en la India, mi
compañera de trabajo me comentaba que si no había visto en el telediario no sé
qué de una plaga que se había declarado en una provincia más al norte. No le di
mayor importancia. Solo al día siguiente, cuando bajé al kiosco y compré The Times of India, comprendí
de lo que me estaba hablando. Aquello no era una plaga, era The Plague, La Peste, La
Muerte Negra. Era uno de los jinetes del Apocalipsis que se enseñoreaba a 5
columnas en el periódico más importante del país.
Llamadas de Madrid, del cuartel
general, que no salgamos del hotel, que estamos corriendo peligro, que igual
tenemos que interrumpir el trabajo y volver a casa… Nosotros estábamos tranquilos.
Aquello ocurría a 800 kilómetros de distancia y ya sabíamos que la Peste, a
pesar del miedo atávico que su nombre aún produce y a las escenas apocalípticas
que auguraban los medios locales más amarillistas, no iba a acabar con
nosotros. A fin de cuentas, sabíamos que es una enfermedad bacteriana, que se
transmite principalmente por las picaduras de las pulgas de la rata y no tanto
de persona a persona y, lo que es más importante, que remitía con celeridad al
tratamiento con antibióticos fácilmente disponibles.
En aquellos años -y en toda mi
vida- el suelo que pisaba era sólido. Hoy suena casi a una fantasía del pasado.
Pero hubo un tiempo en que el mundo que nos rodeaba era altamente previsible.
Los riesgos, que siempre han existido, parecían algo relativizado por la
ciencia, el desarrollo y la tecnología. Había accidentes de tráfico y enfermedades,
sí, pero para la mayoría de nosotros no eran más que unas estadísticas,
tristes, pero algo frías, que emitían en los telediarios. Ocasionalmente te
tocaba de cerca y la muerte, si bien podía ser caprichosa en ocasiones, la
esperábamos más bien al final de una larga y mayormente tranquila vida. Pura
estadística.
En las últimas semanas, sin embargo,
el suelo ha desaparecido bajo nuestros pies. Y ha sido sustituido por otro
suelo, más inestable, que los albañiles del mundo previsible tratan de
reconstruir a toda prisa. Una cascada de informaciones se dirige a contarnos lo
que va a pasar, hasta dónde va a llegar la curva en su crecimiento exponencial
antes de que consigamos
empezar a aplanarla. Otras se dirigen a tratar de calcular hasta cuándo va
a durar el Estado de Alarma, que ya sabemos que 15 días no serán suficientes y
que probablemente serán por lo menos tres semanas. No he visto aún previsiones
de cuántos infectados y fallecidos puede llegar a haber en España. Pero si bien
se resisten a ofrecer números concretos, sí que nos han contado que
eventualmente el 60 o el 70% de la población acabará padeciendo Covid-19.
A partir de ahí, la enfermedad
irá remitiendo y, probablemente, se convertirá en un mal estacional. “Es
muy probable que el SARS-COV-2 se atenúe y vuelva cada invierno, como la gripe”,
nos dice el mayor experto de España en diversos tipos de coronavirus. Y nos
tranquiliza, añadiendo baldosas al inestable suelo, al asegurar que solo los
virus atenuados, los menos agresivos, acabarán por permanecer. Pura selección
natural. Los virus más agresivos actúan demasiado rápido sobre el organismo y producen
el fallecimiento del anfitrión antes del siguiente contagio. A la larga, no se
perpetúan.
Están, como digo, reconstruyendo
el suelo. Ese entramado de realidades previsibles que nos hacen sentirnos cómodos
y seguros porque en todo momento sabemos por dónde pisamos.
Pero yo tengo la sensación de que
el nuevo suelo no va a ser tan resistente como el anterior. Que la sacudida
colectiva nos va a convertir a todos en equilibristas sobre un terreno desigual,
porque del mismo modo que la sociedad de la Edad Media vivía siempre pendiente del
horizonte, tratando de vislumbrar si la siniestra silueta del Hambre, la
Guerra, la Muerte o la Peste se dibujaba en lontananza, el hombre del siglo XXI
vivirá pendiente de los microbios.
Mientras tanto, no hay más novedad en
el frente que la previsión, más bien certeza, de que mañana pasaremos el día en
casa.
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