Zeus, dios de todos los dioses y gran aficionado a los deportes de alcoba, quedó prendado de
la bella Europa, una mujer fenicia. Para conquistarla, urdió el ardid de disfrazarse
de toro blanco. Europa, al verlo tan hermoso y tan manso, decidió subirse a su
lomo. En ese momento, el toro galopó hasta arrojarse al mar, nadó hasta la isla
de Creta y, tras gozar con ella, convirtió a Europa en la primera reina de la
isla.
Aquel mito dio nombre a nuestro continente y forjó la primera identidad de
nuestra cultura. El mundo griego clásico, reinterpretado después por los
romanos y extendido por su imperio, está en las raíces de lo que hoy somos. Y
es el Imperio Romano el primero que construyó una amplia unidad territorial en
nuestro continente. No fue global, pues buena parte del Norte y del Este no
llegó a conocer la Pax Romana, pero fue extenso y profundo, creando lazos
comunes que perviven hasta nuestros días.
Desde entonces nos hemos enfrentado de modo cíclico a dos fuerzas
contrapuestas. La fuerza centrípeta que, en modo de imperios -las más de las
veces- o de acuerdos entre países -las menos-, ha buscado reunir bajo un manto
común a los diferentes pueblos que componen el continente, y la fuerza
centrífuga, que impulsa a Europa a autodestruirse a base de dividirse en
pedacitos pequeños, sean estados o naciones.
Desde hace unos años, por desgracia, nos encontramos inmersos en un proceso
de gran tensión sobre Europa. Tras 75 años de paz en el continente (solo
alterada por las guerras de Yugoslavia) y el proceso de acercamiento y
unificación más grandioso que hayan vivido los pueblos del continente en toda
su historia, la Unión Europea está claramente amenazada.
Procesos como el Brexit le han hecho un daño considerable. Y el resurgir de
los nacionalismos va erosionando sus principios. Da igual que sea un nacionalismo
de un país entero o de unidades territoriales más pequeñas. El concepto de
soberanía nacional se desdibuja en entidades enormes como la UE, y su renacimiento
aquí y allá va deteriorando el concepto de unidad.
Pero hoy, lo que más daño le puede hacer a la propia Europa es su inacción,
o que sus intentos de acción sean torpedeados por los estados nacionales (o por
instancias judiciales de esos estados).
La UE ha tardado más de la cuenta en tranquilizar a las empresas y al
sector financiero anunciando inyecciones importantes de dinero. Ya al principio
de la pandemia vimos un interesante cruce de acusaciones entre el ministro de
finanzas de Holanda, Wopke Hoekstra, poco partidario de aportar fondos o de generar
una deuda solidaria entre todos los países europeos, y los países del sur. Fue
el primer ministro portugués, Antonio Costa, quien más firmemente contestó. Al
final, Mark Rutte, primer ministro de los Países
Bajos, medió en el asunto, mostrando cierta empatía y disponibilidad para crear
un fondo de ayuda.
Las principales inyecciones de dinero las articulará el Banco Central
Europeo (BCE), algo que ya hizo con bastantes buenos resultados en el periodo
2015 - 2018, cuando el continente trataba de salir de un largo periodo de
crisis. Pero
he aquí que el tribunal constitucional alemán, con sede en Karlsruhe, ha
declarado que el programa de compra de bonos del BCE –el mecanismo que utiliza
la entidad para inyectar capital- es parcialmente “inconstitucional” y, en
teoría, obliga a replantearlo. Sería inconstitucional frente a la constitución
alemana, claro está.
Cierto que el BCE no se ha dado por aludido, declarando que no responden
ante tribunales nacionales, sino ante los europeos. Pero el quid de la cuestión
es que el Bundesbank es el principal accionista del BCE. Y el Bundesbank sí que
podría estar obligado a cumplir con una orden del constitucional alemán.
Hay una interesante contradicción jurídica en todo esto. La mayor parte de
las constituciones nacionales se autodeclaran como la ley superior, pero los
estados han firmado acuerdos que ceden derechos y poderes a una entidad
supranacional como es la UE. Y las normas de la Unión se comportan, de hecho, como
normas superiores a las constituciones nacionales.
Calculo que el BCE finalmente podrá liberar los fondos y comprar bonos de
deuda de todos los países europeos que lo necesiten. Porque de no ser así,
Europa será secuestrada, pero esta vez por sus propias naciones, y quedará como
una entidad desdibujada y lejana que cada vez tendrá menos peso en la identidad
colectiva.
Sería una pena. Os deseo a todos buenas noches, aprovechando que no hay
novedades destacables en el frente.
Artículos anteriores de la serie:
Comentarios