8 de marzo, día internacional de la mujer, o de la mujer trabajadora (que
nunca he tenido claro cómo se llama de verdad). En un día como hoy, sería
demasiado fácil escribir un texto de homenaje loando la actitud de mujeres que
rompieron las barreras y se atrevieron a hacer cosas que ninguna otra mujer
había conseguido hacer antes.
Sería demasiado fácil escribir sobre Katherine Switzer, la primera mujer que corrió la Maratón
de Boston, que se inscribió sólo con sus iniciales para que no la expulsasen
antes de empezar, que fue atacada por un juez en plena carrera, y que,
afortunadamente, fue defendida y escoltada desde ese incidente por su
entrenador y algunos otros corredores.
Sería demasiado fácil escribir sobre Marie Curie, primera mujer
en obtener un Premio Nobel, quien no pudo inscribirse en la universidad regular
en su Polonia natal porque no admitían mujeres y tuvo que empezar sus estudios
en una universidad clandestina (la Universidad Flotante); que fue una de las 27
mujeres de los 776 estudiantes de ciencias de la Universidad de París (uno
puede apenas imaginar las sensaciones de aquellas 27 jóvenes en un mundo
eminentemente masculino) y que se ha convertido en un hito de las ciencias en
todo el mundo.
Sería demasiado fácil hablar de Clara Campoamor,
impulsora del sufragio femenino durante la República, de Edurne Pasaban, primera
mujer en coronar los 14 ochomiles (montañas de más de 8.000 metros) del planeta, de Judith Polgar,
primera mujer en la élite del ajedrez mundial, de Miriam Blasco, yudoka, la
primera deportista española en conseguir una medalla en los Juegos
Olímpicos de Verano y la primera en ser campeona olímpica, al lograr el
oro en Barcelona 1992.
Sería demasiado fácil hablar de ellas porque
la Historia es particularmente agradecida con aquellas personas que hacen algo
excepcionalmente bien, pero muy ingrata con quienes hacen muchas cosas razonablemente
bien de forma continuada, con alto nivel de calidad y esfuerzo, sin llegar a
ser las primeras en ninguna disciplina en particular.
Por eso, en vez de dedicarme a cantar las
glorias de tantas mujeres que han conseguido algo excepcional –por mucho que se
merezcan nuestra admiración-, yo te dedico a ti, mujer anónima, mis palabras de
homenaje en este día destacable.
A ti, que te levantas cada mañana para ir al
trabajo, muchas veces ingrato, para conseguir un magro sueldo con el que seguir
sosteniendo a tu familia. A ti, que te desvives por tus hijos, les ayudas con
los deberes, les acompañas al médico cuando están enfermos y renuncias a tu
tiempo sólo por ellos.
Te dedico el día también a ti, que te has
quedado en paro con más edad de la que te gusta reconocer y observas con
vértigo los años de lucha que te quedan por delante. También a ti, que
renunciaste a desarrollar tu carrera profesional para ayudar a tu marido en la
suya, o que incluso renunciaste a todo cuando tuviste que hacer frente al
cuidado de tus padres, o al nacimiento de un hijo con una discapacidad.
También te dedico este texto a ti, que estás
harta de que te juzguen por tu imagen más que por tu talento, y que hasta has
llegado a obsesionarte con esos kilos de más sólo porque a una pandilla de
enfermos mentales se les ha ocurrido llenar las pasarelas de esqueletos
escuálidos (¿quién les ha dicho que eso es bello o atractivo?).
Te dedico este día a ti, que soportas
injusticias, diferencias de sueldo por igual trabajo, comentarios y actitudes machistas
y prejuicios cotidianos.
Y te lo de dedico a ti, porque eres tú, y
millones de mujeres como tú, quienes hacéis que el mundo siga moviéndose cada
día.
Y en especial te lo dedico a ti, Vicky Oliva, porque reúnes todas las
cualidades de alguien excepcional que lucha cada día por lo que es justo, por
la familia y por seguir adelante en un mundo que no siempre sabe apreciar todo
lo que vales.
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