Todos los países tiene su propia leyenda negra. Se trata de oscuras historias del pasado, generalmente relacionadas con glorias imperiales y coloniales que se entremezclan con pasajes tenebrosos de prepotencia, abusos de poder y violencia.
Lo que es difícil de discernir es dónde está la historia real y dónde empieza lo que no es más que leyenda (originada normalmente como un fenómeno de propaganda consciente contra la potencia imperial).
En el caso del imperio español, la leyenda negra tiene un origen muy concreto: las guerras imperiales de la Casa de Austria en Flandes. Durante aquel largo conflicto, y de forma consciente, la Casa de Orange elaboró documentación propagandística contra Felipe II en la que se recogían las miserias intelectuales y políticas del imperio. Esa leyenda, además, adopta una forma muy determinada enfocándose en tres aspectos clave: la intransigencia intelectual e ideológica de Felipe II, la Inquisición y la matanza de indios en América.
Lo que el reputado hispanista francés Joseph Pérez intenta (y consigue) en La leyenda negra es, precisamente, incorporar a la historia los matices necesarios como para que se entienda todo en su contexto. Es decir, separar hechos ciertos de puros mitos y contextualizar los hechos reales en el momento histórico correspondiente, de forma que la fuerte corriente de opinión antiespañola de los siglos XVI y XVII, principalmente, se interprete de forma correcta y no se tome al pie de la letra como un relato de hechos incontestables. En suma, barbaridades en América y en otros territorios las hubo, a espuertas, y nadie puede acusar a Felipe II de ser un liberal. Tampoco se puede interpretar la Inquisición como un club de amigos bienpensantes. Pero en el entorno de aquellos años, la forma de pensar de Felipe II no difiere sustancialmente de la de sus contemporáneos, ni la Inquisición española es una institución tan extraordinaria (había otra Inquisición, la papal, que se dedicó en cuerpo y alma a la quema de brujas y cuyos restos -ahora sin quemar a nadie- perduran en las instituciones vaticanas de hoy en día).
Por lo que se refiere a las barbaridades coloniales, sin quitarle un ápice de brutalidad, Joseph Pérez destaca que las primeras denuncias se produjeron en la propia España, por parte de Bartolomé de las Casas. Y yo me permito añadir que, por desgracia, la historia imperial de los diferentes países europeos está repleta de acontecimientos lamentables, por lo que todos los países que han "gozado" de un pasado imperial, quizá deban hacer primero un ejercicio de introspección para discernir si realmente lo oportuno es alzar un dedo acusador (y sólo uno).
Hay una comparación que Jospeh Pérez utiliza con acierto dos o tres veces en el ensayo, y que yo creo que sirve muy bien para ilustrar la realidad de la imagen que proyecta una potencia imperial. La leyenda negra española no es más que un fenómeno muy similar a la imagen negativa que de Estados Unidos se tiene hoy en día en muchos países. Ser la potencia dominante coloca a cualquier país, sin duda, en el punto de mira de la crítica y de la opinión pública.*
En resumen, recomiendo vívidamente la lectura de este libro.
*Como especialista en comunicación siempre me ha llamado la atención este fenómeno, que también ocurre en el ámbito empresarial. Cuanto más poderosa es una organización, mayores recursos puede dedicar a actividades de comunicación, propaganda, promoción, etcétera. Sin embargo, en muchas ocasiones ese esfuerzo de comunicación es compensado de forma negativa por corrientes de opinión que atacan a esa organización (con fundamento o sin él), simplemente porque está en el punto de mira a causa de su tamaño y poder relativo frente a sus pares. Otras organizaciones menores, sin embargo, caen mucho más simpáticas, sin que su actuación pueda considerarse realmente diferente a la de la organización dominante.
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