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Crisis de las viñetas: reacción desproporcionada

La crisis de las viñetas ha puesto sobre la mesa de debate la cuestión de los límites a la libertad de expresión.

En mi modesta opinión, las viñetas quizá no debieron publicarse, particularmente la que representaba a Mahoma con una bomba en el turbante (de evidente mal gusto y sin gracia alguna). Pero también creo que la reacción es absolutamente desproporcionada.

En primer lugar, defiendo el derecho de los medios y de las personas a la libertad de expresión. Los límites están marcados en nuestros ordenamientos jurídicos y en la mayoría de ellos la blasfemia no es delito (aunque la ofensa religiosa puede que sí).

Pero si nos ponemos en ese plan, cualquier publicación de cualquier cosa que pueda considerse una ofensa a la opinión o creencias de otros debería prohibirse. Y ahí llegamos al absurdo. No sólo la gente religiosa tiene creencias y valores. Los que no somos religiosos también tenemos creencias y, por supuesto, también tenemos una escala de valores.

De hecho, la escala de valores de los que nos declaramos ateos tiene básicamente dos fuentes: la tradición judeo-cristiana en la que hemos sido educados y la tradición liberal (no económica, sino la que se opone a la aristocrática) que puso los derechos del hombre y del ciudadano por encima incluso de cualquier tradición religiosa.

En este sentido, yo como fervoroso creyente en la igualdad de derechos de todos los seres humanos, podría pedir que se prohíba cualquier publicación que justifique el papel preponderante del hombre sobre la mujer en cualquier país del mundo, puesto que me ofende y mucho (el hecho -por ejemplo- de que en muchos países islámicos siga siendo legal la poligamia me saca de quicio, o que exista la lapidación por adulterio femenino -y no por el masculino-). También pido la prohibición de cualquier artículo que justifique la monarquía, puesto que la existencia de la monarquía atenta contra mi creencia de que todos nacemos iguales. ¿Absurdo, verdad?

Como occidental me ofenden también todas las críticas e insultos que recibe nuestra sociedad y nuestro modo de vida por parte de muchas sociedades islámicas, en las que los extremistas consideran a Occidente algo así como el demonio inventor de todos los males que les afectan (si son pobres, es culpa de Occidente, si hay guerras locales, es culpa de Occidente, si hay un terremoto, es culpa de Occidente. si el dictador local es un asesino, es culpa de Occidente, si cae derrocado el dictador local, es por una inaceptable intromisión política de Occidente).

Y si fuese ciudadano estadounidense, me ofendería mucho que se quemase una bandera norteamericana cada vez que pasa algo en cualquier parte del mundo tenga o no tenga que ver con Estados Unidos.

Si en el ejercicio de la libertad de expresión un medio de comunicación se excede y publica algo inapropiado, nuestros sistemas jurídicos y nuestras costumbres disponen de métodos para la protesta. Se puede denunciar al medio ante los tribunales si es constitutivo de delito, se le puede inundar de cartas al director. Se le puede pedir que se disculpe públicamente.

Y ahí está la chicha de este asunto. El periódico danés que encendió la mecha ya se ha disculpado, pero parece que no es suficiente. Hay que atacar las embajadas danesas, convertir a cualquier ciudadano occidental en objeto de tiro al blanco y pedir que se disculpe también el primer ministro danés. No lo ha hecho, y tiene razón. No ha sido Dinamarca la que ha cometido la ofensa, ha sido un medio de comunicación. Y tampoco tiene que disculparse la Unión Europea ni ningún político occidental.

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